En sentido estricto, la Ecoterapia es un novedoso enfoque dentro del arsenal psicoterapéutico moderno, en el cual se utilizan los múltiples recursos de la Naturaleza con fines curativos. Un ejemplo de ello es el efecto ansiolítico-antidepresivo que un paciente estresado encuentra al sumergirse en escenarios naturales (playas, bosques, cascadas, desiertos) al tiempo que relaja su mente, expone su cerebro al estímulo inmuno-estimulante de la radiación solar y su cuerpo se oxigena más profundamente que lo usual. Claro está que este uso singular de la Naturaleza no es para nada nuevo: Pompeya y Capri eran sitios suntuosos de retiro vacacional para la aristocracia romana dos mil años atrás, como los Alpes y las playas mediterráneas los eran para la clase alta europea en los últimos tres siglos. La diferencia, empero, reside en que la Psicología la ha revivido como técnica terapéutica planificada.
La Naturaleza, o más bien, nuestra percepción de ella, estimula y abre los sentidos y la sensorialidad humanas, a menudo bloqueadas por el estrés, por un estilo de vida neurótico y hasta alienante, a medida que prestamos atención a formas, sonidos, colores, texturas y otros elementos siempre cambiantes en este hermoso planeta. Un novel ejemplo del uso de los ambientes naturales con propósito terapéutico lo ofrece la técnica de “desensibilización progresiva” en pacientes que, afectados por aprensiones, fobias y tensiones post-traumáticas, reaprenden a superar su temor –digamos al agua o a las alturas- por una exposición a estos elementos, planeada y aprobada por paciente y terapeuta conjuntamente.
La tercera parte de la Humanidad vive en espacios urbanos en los que el acceso a la Naturaleza (prados, cursos de agua, árboles, horizontes) está tan minimizado y desvalorizado que una humilde plaza de cemento o una “cascada” que adorna la pared de un edificio citadino parecen gran cosa. Pero, ¿quién necesita del contacto directo con la Naturaleza? ¿No es verdad que nuestra especie, inventora de la simetría, del cemento, de la luz artificial, se ha desarrollado extraordinariamente bien fuera de sus hábitats originales y ha crecido independiente de ciclos solares y estaciones? Así como hay personas que viven toda una vida sin poner un pie en una ciudad, las hay quienes jamás ponen un dedo al aire libre. Sin embargo, la medicina y la psicología modernas están revalorizando cada vez con más énfasis la importancia de exponer nuestros cuerpos y mentes a medio ambientes naturales, donde el individuo logre reconectarse con la Naturaleza e, igualmente importante, con sus propios sistemas biopsíquicos. Nos guste o no, no dejamos de ser, en cuanto seres humanos, mamíferos dependientes del entorno natural, ecosintónicos, aunque tratemos a nuestro planeta como huéspedes maleducados, como parásitos desmemoriados de su íntima dependencia del Ecosistema.
Para la neuropsicología, el contacto frecuente con contextos naturales y espacios abiertos no solamente “abre los poros” de piel y pulmones, sino además estimula el funcionamiento cerebral al generar un ajuste de un medio a otro, un quiebre de rutinas que anquilosan la cerebralidad, y un recalibramiento de la percepción espacial y sensorial. Finalmente, la Naturaleza asiste a la reflexión y la meditación humanas por mero contacto: un cielo infinitamente estrellado que sugiere preguntas cósmicas e invita a sueños de eternidad; un mar acompasado que bate presentes, pasados y futuros con flujo hipnotizante; una montaña que escalamos forjando la musculatura tanto como la persistencia y el carácter; un horizonte lejano que nos alienta a seguir marchando, explorando el mundo mientras disfrutamos de la efímera travesía de vivir.
Publicación compartida de Juan Carlos Dumas
* Juan Carlos Dumas es psicoterapeuta, escritor y docente universitario. Consultor en Salud Mental para la Secretaría de Salud y Servicios Humanos, preside el Comité de Asesoría en Salud de North Manhattan y el Centro Hispano de Salud Mental de Queens.
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