domingo, 11 de noviembre de 2012

EL PROFETA (Khalil Gibran)

El Amor
Dijo Almitra: Háblanos del Amor.
Y él levantó la cabeza, miró a la gente y una quietud descendió sobre todos. Entonces, dijo con gran
voz:
Cuando el amor os llame, seguidlo.
Y cuando su camino sea duro y difícil.
Y cuando sus alas os envuelvan, entregaos. Aunque la espada entre ellas escondida os hiriera.
Y cuando os hable, creed en él. Aunque su voz destroce nuestros sueños, tal cómo el viento norte
devasta los jardines.
Porque, así como el amor os corona, así os crucifica.
Así como os acrece, así os poda.
Así como asciende a lo más alto y acaricia vuestras más tiernas ramas, que se estremecen bajo el
sol, así descenderá hasta vuestras raíces y las sacudirá en un abrazo con la tierra.
Como trigo en gavillas él os une a vosotros mismos.
Os desgarra para desnudaros.
Os cierne, para libraros de vuestras coberturas.
Os pulveriza hasta volveros blancos.
Os amasa, hasta que estéis flexibles y dóciles.
Y os asigna luego a su fuego sagrado, para que podáis convertiros en sagrado pan para la fiesta
sagrada de Dios.
Todo esto hará el amor en vosotros para que podáis conocer los secretos de vuestro corazón y
convertiros, por ese conocimiento, en un fragmento del corazón de la Vida.
Pero si, en vuestro miedo, buscáreis solamente la paz y el placer del amor, entonces, es mejor que
cubráis vuestra desnudez y os alejéis de sus umbrales.
Hacia un mundo sin primaveras donde reiréis, pero no con toda vuestra risa, y lloraréis, pero no con
todas vuestras lágrimas.
El amor no da nada más a sí mismo y no toma nada más que de sí mismo.
El amor no posee ni es poseído.
Porque el amor es suficiente para el amor.
Cuando améis no debéis decir: "Dios está en mi corazón", sino más bien: "Yo estoy en el corazón
de.Dios."
Y pensad que no podéis dirigir el curso del amor porque él si os encuentra dignos, dirigirá vuestro
curso.
El amor no tiene otro deseo que el de realizarse.
Pero, si amáis y debe la necesidad tener deseos, que vuestros deseos sean éstos:
Fundirse y ser como un arroyo que canta su melodía a la noche.
Saber del dolor de la demasiada ternura.
Ser herido por nuestro propio conocimiento del amor. Y sangrar voluntaria y alegremente.
Despertarse al amanecer con un alado corazón y dar gracias por otro día de amor.
Descansar al mediodía y meditar el éxtasis de amar. Volver al hogar con gratitud en el atardecer.
Y dormir con una plegaria por el amado en el corazón y una canción de alabanza en los labios.
El Matrimonio
Entonces, Almitra habló otra vez: ¿Qué nos diréis sobre el Matrimonio, Maestro?
Y él respondió, diciendo:
Nacisteis juntos y juntos para siempre.
Estaréis juntos cuando las alas blancas de la muerte esparzan vuestros días.
Sí; estaréis juntos aun en la memoria silenciosa de Dios. Pero dejad que haya espacios en vuestra
cercanía.
Y dejad que los vientos del cielo dancen entre vosotros. Amaos el uno al otro, pero no hagáis del
arnor una atadura.
Que sea, más bien, un mar movible entre las costas de vuestras almas.
Llenaos uno al otro vuestras copas, pero no bebáis de una sola copa.
Daos el uno al otro de vuestro pan, pero no comáis del mismo trozo.
Cantad y bailad juntos y estad alegres, pero que cada uno de vosotros sea independiente.
Las cuerdas de un laúd están solas, aunque tiemblen con la misma música.
Dad vuestro corazón, pero no para que vuestro compañero lo tenga.
Porque sólo la mano de la Vida puede contener los corazones.
Y estad juntos, pero no demasiado juntos. Porque los pilares del templo están aparte.
Y, ni el roble crece bajo la sombra del ciprés ni el ciprés bajo la del roble.
Los niños
Y una mujer que sostenía un niño contra su seno pidió: Háblanos de los niños.
Y él dijo:
Vuestros hijos no son hijos vuestros.
Son los hijos y las hijas de la Vida, deseosa de sí misma. Vienen a través vuestro, pero no vienen de
vosotros.
Y, aunque están con vosotros, no os pertenecen.
Podéis darles vuestro amor, pero no vuestros pensamientos.
Porque ellos tienen sus propios pensamientos.
Podéis albergar sus cuerpos, pero no sus almas.
Porque sus almas habitan en la casa del mañana que vosotros no podéis visitar, ni siquiera en
sueños.
Podéis esforzaros en ser como ellos, pero no busquéis el hacerlos como vosotros.
Porque la vida no retrocede ni se entretiene con el ayer. Vosotros sois el arco desde el que vuestros
hijos, como flechas vivientes, son impulsados hacia delante.
El Arquero ve el blanco en la senda del infinito y os doblega con Su poder para que Su flecha vaya
veloz y lejana. Dejad, alegremente, que la mano del Arquero os doblegue. Porque, así como El ama la
flecha que vuela, así ama también el arco, que es estable.
El dar
Entonces, un hombre rico dijo: Háblanos del dar.
Y él contestó:
Dais muy poca cosa cuando dais de lo que poseéis.
Cuando dais algo de vosotros mismos es cuando realmente dais.
¿Qué son vuestras posesiones sino cosas que atesoráis por miedo a necesitarlas mañana?
Y mañana, ¿qué traerá el mañana al perro que, demasiado previsor, entierra huesos en la arena sin
huellas mientras sigue a los peregrinos hacia la ciudad santa? ¿Y qué es el miedo a la necesidad sino
la necesidad misma?
¿No es, en realidad, el miedo a la sed, cuando el manantial está lleno, la sed inextinguible?
Hay quienes dan poco de lo mucho que tienen y lo dan buscando el reconocimiento y su deseo
oculto malogra sus regalos.
Y hay quienes tienen poco y lo dan todo.
Son éstos los creyentes en la vida y en la magnificencia de la vida y su cofre nunca está vacío.
Hay quienes dan con alegría y esa alegría es su premio.
Y hay quiénes dan con dolor y ese dolor es su bautismo.
Y hay quienes dan y no saben del dolor de dar, ni buscan la alegría de dar, ni dan conscientes de la
virtud de dar.
Dan como, en el hondo valle, da el mirto su fragancia al espacio.
A través de las manos de los que como esos son, Dios habla y, desde el fondo de sus ojos, El sonríe
sobre la tierra.
Es bueno dar algo cuando ha sido pedido, pero es mejor dar sin demanda, comprendiendo.
Y, para la mano abierta, la búsqueda de aquel que recibirá es mayor goce que el dar mismo.
¿Y h ay algo, acaso, que podáis guardar? Todo lo que tenéis será dado algún día.
Dad, pues, ahora que la estación de dar es vuestra y no de vuestros herederos.
Decís a menudo: "Daría, pero sólo al que lo mereciera." Los árboles en vuestro huerto no dicen así,
ni lo dicen los rebaños en vuestra pradera.
Ellos dan para vivir, ya que guardar es perecer.
Todo aquel que merece recibir sus días y sus noches, merece, seguramente, de vosotros todo lo
demás.
Y aquel que mereció beber el océano de la vida, merece llenar su copa en vuestro pequeño arroyo.
¿Y cuál será mérito mayor que el de aquel que da el valor y la confianza -no la caridad- del recibir?
¿Y quiénes sois vosotros para que los hombres os muestren su seno y os descubran su orgullo para
que así veáis sus mere cimientos desnudos y su orgullo sin confusión?
Mirad primero si vosotros mismos merecéis dar y ser un instrumento del dar.
Porque, a la verdad, es la vida la que da a la vida, mientras que vosotros, que os creéis dadores, no
sois sino testigos.
Y vosotros, los que recibís -y todos vosotros sois de ellos- no asumáis el peso de la gratitud, si no
queréis colocar un yugo sobre vosotros y sobre quien os da.
Eleváos, más bien, con el dador en su dar como en unas alas.
Porque exagerar vuestra deuda es dudar de su generosidad, que tiene el libre corazón de la tierra
como madre y a Dios como padre.
El comer y el beber
Entonces, un viejo que tenía una posada dijo: Háblanos del comer y del beber.
Y él respondió:
Ojalá pudiérais vivir de la fragancia de la tierra y, como planta del aire, ser alimentados por la luz.
Pero, ya que debéis matar para comer y robar al recién nacido la leche de su madre para apagar
vuestra sed, haced de ello un acto de adoración.
Y haced que vuestra mesa sea un altar en el que lo puro y lo inocente, el buque y la pradera sean
sacrificados a aquello que es más puro y aún inocente que el hombre.
Cuando matéis un animal, decidle en vuestro corazón: "El mismo poder que te sacrifica, me
sacrifica también; yo seré también destruido.
La misma ley que te entrega en mis manos me entregará a mí en manos más poderosas.
Tu sangre y mi sangre no son otra cosa que la savia que alimenta el árbol del cielo."
Y, cuando mordáis una manzana, decidle en vuestro corazón:
"Tus semillas vivirán en mi cuerpo.
Y los botones de tu mañana florecerán en mi corazón. Y tu fragancia será mi aliento.
Y gozaremos juntos a través de todas las estaciones."
Y, en el otoño, cuando reunáis las uvas de vuestras vides para el lagar, decid en vuestro corazón:
"Yo soy también una vid y mi fruto será llevado al lagar. Y, como vino nuevo será guardado en
vasos eternos."
Y, en el invierno, cuando sorbáis el vino, que haya en vuestro corazón un canto para cada copa.
Y que haya en ese canto un recuerdo para los días otoña les y para la vid y para el lagar.
El trabajo
Entonces, dijo el labrador: Háblanos del trabajo.
Y él respondió, diciendo:
Trabajáis para seguir el ritmo de la tierra y del alma de la tierra.
Porque estar ocioso es convertirse en un extraño en medio de las estaciones -y salirse de la procesión
de la vida, que marcha en amistad y sumisión orgullosa hacia el infinito.
Cuando trabajáis, sois una flauta a través de cuyo corazón el murmullo de las horas se convierte en
música.
¿Cuál de vosotros querrá ser una caña silenciosa y muda cuando todo canta al unísono?
Se os ha dicho siempre que el trabajo es una maldición y la labor una desgracia.
Pero yo os digo que, cuando trabajáis, realizáis una parte del más lejano sueño de la tierra, asignada
a vosotros cuando ese sueño fue nacido.
Y, trabajando, estáis, en realidad, amando a la vida.
Y amarla, a través del trabajo, es estar muy cerca del más recóndito secreto de la vida.
Pero si, en vuestro dolor, llamáis al nacer una aflicción y al soportar la carne una maldición escrita
en vuestra frente, yo os responderé que nada más que el sudor de vuestra frente lavará lo que está
escrito.
Se os ha dicho también que la vida es oscuridad y, en vuestra fatiga, os hacéis eco de la voz del
fatigado.
Y yo os digo que la vida es, en verd ad, oscuridad cuando no hay un impulso.
Y todo impulso es ciego cuando no hay conocimiento. Y todo saber es vano cuando no hay trabajo.
Y todo trabajo es vacío cuando no hay amor.
Y cuando trabajáis con amor, os unís con vosotros mismos, y con los otros, y con Dios.
¿Y qué es trabajar con amor?
Es tejer la tela con hilos extraídos de vuestro corazón como si vuestro amado fuera a usar esa tela.
Es construir una casa con afecto, como si vuestro amado fuera a habitar en ella.
Es plantar semillas con ternura y cosechar con gozo, como si vuestro amado fuera a gozar del fruto.
Es infundir en todas las cosas que hacéis el -aliento de vuestro propio espíritu.
Y saber que todos los muertos benditos se hallan ante vosotros observando.
He oído a menudo decir, como si fuera en sueños: "El que trabaja en mármol y encuentra la forma
de su propia alma en la piedra es más noble que el que labra la tierra."
"Aquel que se apodera del arco iris para colocarlo en una tela transformada en la imagen de un
hombre es más que el que hace las sandalias para nuestros pies."
Pero, yo digo, no en sueños, sino en la vigilia del medio día, que el viento no habla más dulcemente
a los robles gigantes que a la menor de las hojas de la hierba.
Y solamente es grande el que cambia la voz del viento en una canción, hecha más dulce por-u
propio amor.
El trabajo es el amor hecho visible.
Y si no podéis trabajar con amor, sino solamente con disgusto, es mejor que dejéis vuestra tarea y
os sentéis a la puerta del templo y recibáis limosna de los que trabajan gozo samente.
Porque, si horneáis el pan con indiferencia estáis horneando un pan amargo que no calma más que a
medias el hambre del hombre.
Y si refunfuñáis al apretar las uvas, vuestro murmurar destila un veneno en el vino.
Y si cantáis, aunque fuera como los ángeles, y no amáis el cantar, estáis ensordeciendo los oídos de
los hombres para las voces del día y las voces de la noche.
La Alegría y el Dolor
Entonces, dijo una mujer: Háblanos de la Alegría y del Dolor.
Y él respondió:
Vuestra alegría es vuestro dolor sin máscara.
Y la misma fuente de donde brota vuestra risa fue muchas veces llenada con vuestras lágrimas.
Y ¿cómo puede ser de otro modo?
Mientras más profundo cave el dolor en vuestro corazón, más alegría podréis contener.
¿No es la copa que guarda vuestro vino la misma copa que estuvo fundiéndose en el horno del
alfarero?
¿Y’ no es el laúd que apacigua vuestro espíritu la misma madera que fue tallada con cuchillos?
Cuando estéis contentos, mirad en el fondo de vuestro corazón y encontraréis que es solamente lo
que,os produjo dolor, lo que os da alegría.
Cuando estéis tristes, mirad de nuevo en vuestro corazón y veréis que estáis llorando, en verdad, por
lo que fue vuestro deleite.
Algunos de vosotros decís: "La alegría es superior al dolor" y otros: "No, el dolor es más grande."
Pero yo os digo que son inseparables.
Vienen juntos y, cuando uno de ellos se sienta con vosotros a vuestra mesa, recordad que el otro está
durmiendo en vuestro lecho.
En verdad, estáis suspensos, como fiel de balanza, entre vuestra alegría y vuestro dolor.
Sólo cuando vacíos estáis quietos y equilibrados.
Cuando el tesorero os levanta para pesar su oro y su plata, es necesario que vuestra alegría o vuestro
dolor suban o bajen.
Las Casas
Un albañil, entonces, se adelantó y dijo: Háblanos de las Casas.
Y él respondió, diciendo:
Levantad con vuestra imaginación una enramada en el bosque antes que una casa dentro de las murallas
de la ciudad.
Porque, así como tendréis huéspedes en vuestro crepúsculo, así el peregrino en vosotros tenderá siempre.
hacia la distancia y la soledad.
Vuestra casa es vuestro cuerpo grande.
Crece en el sol y duerme en la quietud de la noche, y sueña.
¿No es cierto que sueña? ¿Y que, al soñar, deja la ciudad por el bosque o la colina?
¡Cómo pudiera juntar vuestras casas en mi mano y, como un sembrador, esparcirlas por el bosque y la
pradera!
Los valles serían vuestras calles y los senderos verdes las alamedas y os buscaríais el uno al otro a través
de los viñedos, para volver con la fragancia de la tierra en las vestiduras.
Pero todo eso no puede ser aún.
En su miedo, vuestros antecesores os pusieron demasiado juntos. Y ese miedo durará aún un poco. Por
un tiempo aún los muros de vuestra ciudad separarán vuestro corazón de vuestros campos.
Y, decidme, pueblo de Orfalese, ¿qué tenéis en esas casas? ¿Y qué guardáis con puertas y candados?
¿Tenéis paz, el quieto empuje que revela vuestro poder? ¿Tenéis remembranzas, los arcos lucientes que
unen las cumbres del espíritu?
¿Tenéis belleza que guía el corazón desde las casas de madera y piedra hechas, hasta la montaña
sagrada?
Decidme, ¿las tenéis en vuestras casas?
¿O tenéis solamente comodidad y el ansia de comodidad, esa cosa furtiva que entra a una casa como un
huésped y luego se convierte en dueño y después en amo y señor?
¡Ay! y termina siendo un domador y, con látigo y garfio juega con vuestros mayores deseos.
Aun ue sus manos sean sedosas, su corazón es férreo. Arrua. vuestro sueño solamente para colocarse al
lado de vuestro lecho y escarnecer la dignidad del cuerpo.
Hace mofa de vuestros sentidos y los echa en el cardal como frágiles vasos.
En verdad os digo que el ansia de comodidad mata la pasión del alma y luego camina haciendo muecas
eti el funeral. Pero vosotros, criaturas del espacio, vosotros, inquietos en la quietud, no seréis atrapados o
domados.
Vuestra casa no será un ancla, sino un mástil.
No será la cinta brillante que cubre una herida, sino el párpado que protege el ojo.
No plegaréis vuestras alas para poder pasar por sus puertas, ni agacharéis la cabeza para que no toque su
techo, ni teme= réis respirar por miedo a que sus paredes se rajen o derrumben.
No viviréis en tumbas hechas por los muertos para los vivos y, aunque magnificente y esplendorosa,
vuestra casa no se adueñará de vuestro secreto, ni encerará vuestro anhelo.
Porque lo que . en vosotros es ilimitado habita en la mansión del cielo, cuya puerta es la. niebla de la
mañana ,y cuyas ventanas ion las canciones y los silencios de la noche.
El Vestír
Y un tejedor dijo: Háblanos del vestir.
Y él respondió, diciendo:
Vuestra ropa esconde mucho de vuestra belleza y, sin embargo, no cubre lo que no es bello.
Y aunque buscáis en el vestir el sentiros libres en vuestra intimidad, podéis hallar en él un arnés y una
cadena.
¡Cómo pudiérais enfrentar al sol y al viento con más de vuestra piel y menos de vuestro ropaje!
Porque el aliento de la vida está en la luz del sol y ‘la mano de la vida en el viento.
Algunos de vosotros decís: "Es el viento del norte el que ha tejido las ropas que usamos."
Y yo digo: ¡Ay! Fue el viento del norte.
Pero fue la vergüenza su telar y la debilidad de carácter dio sus hilos.
Y, cuando terminó su trabajo, rió en el bosque.
No os olvidéis que el pudor no es protección contra los ojos del impuro.
Y, cuando el impuro no exista más ¿qué será el pudor sino los grillos y la impureza de la mente?
Y no olvidéis que la tierra goza al sentir vuestros pies desnudos y los vientos anhelan jugar con vuestros
callellos.
El Comprar y el Vender
Y un mercader dijo: Háblanos del Comprar y el Vender.
Y él respondió:
La tierra os entrega sus frutos y vosotros no conoceréis necesidad si sabéis solamente cómo llenaros las
manos.
Es en el intercambio de los dones de la tierra donde encontraréis abundancia y seréis satisfechos.
Pero, a menos que ese intercambio sea hecho con amor y bondadosa justicia, llevará a algunos a la
codicia y a otros al hambre.
Cuando, en el mercado, vosotros, trabajadores del mar y los campos y los viñedos, encontréis a los
tejedores y alfareros y vendedores de especies,
invocad al espíritu guía de la tierra para que vaya en medio de vosotros y santifique las medidas y para
que pese al valor de acuerdo con el valor.
Y no permitáis que el de las manos estériles, el que quiere venderos sus palabras al precio de vuestra
labor, intervenga en vuestras transacciones.
A ese hombre deberéis decirle:
"Ven con nosotros a los campos o vé con nuestros hermanos a la mar y arroja tu red:
Que la tierra y el mar serán espléndidos para ti como lo son para nosotros."
Y, si vienen los cantores y los bailarines y los tañidores de caramillo, comprad de sus dones.
Porque ellos son también cosechadores de frutos e incienso y lo que ellos traen, aunque hecho de sueño,
es ropaje y alimento para vuestro espíritu.
Y, antes de abandonar el mercado, ved que nadie se marche con las manos vacías.
Porque el espíritu señor de la tierra no dormirá en paz sobre los vientos hasta que las necesidades del
‘ultimo de vosotros sean satisfechas.
El Crimen y el Castigo
Entonces, uno de los jueces de la ciudad se adelantó y dijo: Háblanos del Crimen y el Castigo.
Y él respondió, diciendo:
Es cuando vuestro espíritu va vagando en el viento.
Que vosotros, solos y sin guarda, cometéis una falta para con los demás y, por lo tanto, para con
vosotros mismos.
Y, por tal falta cometida, debéis llamar a la puerta del buenaventurado y esperar por un momento.
Como el océano es vuestro dios personal.
No conoce los caminos del topo ni busca los agujeros de la serpiente.
Pero vuestro dios personal no habita sólo en vuestro ser;
mucho en vosotros es aún hombre, y mucho en vosotros no es hombre todavía,
sino un pigmeo informe que camina dormido en la niebla, en busca de su propio despertar.
Y del hombre en vosotros quiero yo hablar ahora.
Porque es él y no vuestro dios personal ni el pigmeo en la niebla el que conoce el crimen y el
castigo del crimen.
A menudo os he oído hablar de aquel que comete una falta como si no fuera uno de vosotros, sino
un extraño y un intruso en vuestro mundo.
Pero yo os digo que, así como el santo y el justo no pueden elevarse más allá de lo más alto que
existe en cada uno de vosotros.
Así„el débil y el malvado no pueden caer más bajo que lo más bajo que está también en vosotros.
Y, así como una sola hoja no se vuelve amarilla sino con el silencioso conocimiento del árbol todo.
Así, el que falta no puede hacerlo sin la voluntad oculta de todos vosotros.
Como una procesión marcháis juntos hacia vuestro dios personal.
Sois el camino y sois los caminantes.
Y, cuando uno de vosotros cae, cae para que los que le siguen no: tropiecen en la misma piedra.
¡Ay! Y cae por los que le precedieron, por aquellos que, siendo de paso más rápido y seguro, no
removieron, sin embargo, la piedra del camino.
Y esto aún, aunque las palabras pesen duramente sobre vuestros corazones:
El asesinado no es irresponsable de su propia muerte. Y el robado no es libre de culpa al ser robado.
El justo no es inocente de los hechos del malvado.
Y el de las manos blancas no está limpio de lo que el Felón hace.
Sí; el reo es, muchas veces, la víctima del injuriado. Y, aún más a menudo, el condenado es el que
lleva la carga del sin culpa.
No podéis separar el justo del injusto ni el bueno del malvado.
Porque ellos se hallan juntos ante la faz del sol, así como el hilo blanco y el negro están tejidos
juntos.
Y, cuando el hilo negro se rompe, el tejedor debe exami nar toda la tela y examinar también el telar.
Si alguno de vosotros trajera a juicio a la mujer infiel, haced que pesen también el corazón de su
marido en la balanza y midan su alma con medidas.
Y haced que aquél que azotaría al ofensor mire en el espíritu del ofendido.
Y, si alguno de vosotros castigara en nombre de la justicia y descargara el hacha en el árbol malo,
haced que mire las raíces.
Y encontrará, en verdad, las raíces de lo bueno y lo malo, lo fructífero y lo estéril juntos y
entrelazados en el silente corazón de la tierra.
Y, vosotros, jueces, que debéis ser justos,
¿Qué juicio pronunciaríais sobre aquél que, aunque honesto en la carne, fuera un ladrón en espíritu?
¿Qué pena impondríais al que destruye la carne y es, él mismo destruido en el espíritu?
Y ¿cómo juzgaríais a aquel que es, en acción, un opresor y un falso
Pero que es, sin embargo, también agraviado y ultrajado?
¿Y cómo castigaríais a aquéllos cuyo remordimiento es ya mayor que su falta?
¿No es el remordimiento -la justicia administrada por la ley misma que desearíais servir?
Sin embargo, no podréis cargar al inocente de remordimiento, ni librar de él el corazón del culpable.
Vendrá el remordimiento espontáneamente en la noche para que los hombres se despierten y se
contemplen a ellos mismos.
Y vosotros, que pretendéis entender de justicia, ¿cómo podréis hacerlo si no miráis todos los hechos en la
plenitud de la luz?
Sólo así sabréis que el erecto y el caído no son sino un solo hombre, de pie en el crepúsculo, entre la
noche de su yo pigmeo y el día de su dios personal.
Y que la coronación del templo no es más alta que la piedra más baja de sus cimientos.
Las Leyes
Dijo, entonces, un abogado. Pero, ¿qué nos decís de nuestras Leyes, maestro?
Y él respondió:
Os deleitáis dictando leyes.
Y, no obstante, gozáis más violándolas.
Como los niños que juegan a la orilla del océano y levantan, con constancia, torres de arena y, con risas,
las destruyen luego.
Pero, mientras construís vuestras torres, el océano trae más arena a la playa.
Y, cuando las destruís, el océano ríe con vosotros. En verdad, el océano. ríe siempre con el inocente.
Pero, ¿aquellos para quienes la vida no es un océano y las leyes de los hombres no son castillos de arena.
Sino para quienes la vida es una roca y la ley un cincel con el que la tallarían a su gusto?
¿Qué del lisiado que odia a los que danzan?
¿Qué del buey que ama su yugo y juzga al alce y al ciervo del bosque como descarriados y vagabundos?
¿Y la vieja serpiente que no puede librarse de su piel y llama a todos los demás desnudos y
desvergonzados?
¿Y de aquél que llegó temprano a la fiesta de bodas y, cuando está cansado y harto, se aleja diciendo que
todas las fiestas son inmorales y los concurrentes violadores de la ley?
¿Qué diré de ellos sino que están también a la luz del sol, pero dando al sol la espalda?
Ven sólo sus sombras y sus sombras son sus leyes.
¿Y qué es el sol para ellos, sino algo que produce sombras? .¿Y qué es el reconocer las leyes, sino el
encorvarse y rastrear sus sombras sobre la tierra?
Pero a vosotros, que camináis mirando al sol, ¿qué imágenes dibujadas en la tierra pueden conteneros?
Y si vosotros viajáis con el viento, ¿qué veleta dirigirá vuestro andar?
¿Qué ley humana os atará si rompéis vuestro yugo lejos de la puerta de las prisiones de los hombres?
¿Y quién es el que os llevará a juicio si desgarráis vuestro vestido, pero no lo dejáis en el camino?
Pueblo de Orfalese, podéis cubrir el tambor y podéis aflojar las cuerdas de la lira, pero ¿quién ordenará a
la alondra del cielo que no cante?
La Libertad
Y un orador dijo: Háblanos de la Libertad.
Y él respondió:
A las puertas de la ciudad y a la lumbre de vuestro hogar yo os he visto postraros y adorar
vuestra propia libertad.
Así como los esclavos se humillan ante un tirano y lo alaban aun cuando los mata.
¡Ay! En el jardín del templo y a la sombra de la ciudadela he visto a los más libres de vosotros
usar su libertad como un yugo y un dogal.
Y mi corazón sangró en mi pecho porque sólo podéis ser libres cuando aíro el deseo de
perseguir la libertad sea un arnés para vosotros y cuando dejéis de hablar de la libertad como una
meta y una realización.
Seréis, en verdad, li bres, no cuando vuestros días estén libres de cuidado ni vuestras . noches de
necesidad y pena. Sino, más bien, cuando esas cosas rodeen vuestra vida y, sin embargo, os
elevéis sobre ellas desnudos y sin ataduras. Y, ¿cómo os elevaréis más allá de vuestros días y
vuestras noches a menos que rompáis las cadenas que, en el amanecer de vuestro entendimiento,
atasteis alrededor de vuestro mediodía?
En verdad, eso que llamáis libertad es la más fuerte de esas cadenas, a pesar de que sus
eslabones brillen al sol y deslumbren vuestros ojos.
¿Y qué sino fragmentos de vuestro propio yo desecharéis para poder ser libres?
Si es una ley injusta la que deseáis abolir, esa ley fue escrita con vuestra propia mano sobre
vuestra propia frente.
No podéis borrarla quemando vuestros Códigos ni lavando la frente de vuestros jueces, aunque
vaciéis el mar sobre ella.
Y, si es un déspota el que queréis destronar, ved primero que su trono, erigido dentro de
vosotros, sea destruido.
Porque, ¿cómo puede un tirano mandar a los libres y a los dignos sino a través de una tiranía en
su propia libertad y una vergüenza en su propio orgullo?
Y si es una pena lo que queréis desechar, esa pena fue escogida por vosotros más que impuesta
a vosotros.
Y si es un miedo el que queréis disipar, la sede de ese miedo está en vuestro corazón y no en la
mano del ser tem;do, En verdad, todas las cosas se mueven en vosotr- zumo luces y sombras
apareadas.
Y, cuando la sombra se desvanece y no existe más, la luz que queda se convierte en sombra en
otra luz.
Y, así, vuestra libertad, cuando pierde sus grillos, se convierte ella misma en el grillo de una
libertad mayor.
La Razón y la Pasión
Y la sacerdotisa habló de nuevo: Háblanos de la Razón y la Pasión.
Y él respondió, diciendo:
Vuestra alma es, a veces, un campo de batalla sobre el que vuestra razón y vuestro juicio
combaten contra vuestra pasión y vuestro apetito.
Desearía poder ser el pacificador de vuestra alma y cambiar la discordia y la rivalidad de
vuestros elementos en ‘unidad y melodía. Pero, ¿có mo lo haré a menos que vosotros
mismos seáis también los pacificadores, no, los amigos, de todos vuestros elementos?
Vuestra razón y vuestra pasión son el timón y las velas de vuestra alma viajera.
Si vuestras velas o vuestro timón se rompieran, no podríais más que agitaros e ir a la deriva o
permanecer inmóviles en medio del mar. Porque la razón, gobernando sola, es una
fuerza limitadora y la pasión, desgobernada, es una llama que se quema hasta su propia
destrucción.
Por, lo tanto, haced que vuestra alma exalte a vuestra razón a la altura de la pasión, para que cante.
Y dirigid vuestra pasión con el razonamiento, para. que ella pueda vivir a través de su diaria resurrección
y, como el ave fénix, se eleve de sus propias cenizas.
Desearía que consideráseis vuestro propio juicio y vuestro apetito como dos queridos huéspedes.
No honraríais, con seguridad, a uno más que al otro; porque quien es más atento con uno de ellos pierde
el amor y la fe de ambos.
Entre las colinas, cuando os sentéis a la sombra fresca de los álamos, compartiendo la paz y la serenidad
de los campos y praderas distantes, dejad que vuestro corazón diga en silencio: "Dios descansa en la
razón."
Y, cuando llegue la tormenta y el viento poderoso sacuda el bosque y los truenos y relámpagos
proclamen la majestad del cielo, dejad a vuestro corazón decir sobrecogido: "Dios se mueve en la pasión."
Y, ya que sois un soplo en la esfera de Dios y una hoja en el bosque de Dios, deberíais descansar en la
razón y moveros en la pasión.
El Dolor
Y una mujer pidió: Háblanos del Dolor.
Y él dijo:
Vuestro dolor es la ruptura de la celda que encierra vuestra comprensión.
Así como la semilla de la fruta debe romperse para que su corazón se muestre al sol, así debéis vosotros
conocer el dolor.
Y, si pudiérais mantener vuestro corazón maravillado ante los diarios milagros de la vida, vuestro dolor
no os pareciera menos prodigioso que vuestra alegría.
Y aceptaríais las estaciones de vuestro corazón así como habéis aceptado siempre las estaciones que
pasan sobre vuestros campos.
Y esperaríais con serenidad a través de los inviernos de vuestra pena.
Mucho de vuestro dolor es elegido por vosotros mismos. Es la porción amarga con la que el médico que
hay dentro de vosotros cura vuestro ser enfermo.
Por tanto, confiad en el médico, y bebed el remedio en silencio y tranquilidad;
Porque su mano, aunque dura y pesada, guiada está por la tierna mano del Invisible.
Y el vaso con que brinda, aunque queme vuestros labios, ha sido moldeado de la arcilla que el Alfarero
ha humedecido con sus propias lágrimas sagradas.
El Conocimiento
Y un hombre dijo, entonces: Háblanos del Conocimiento propio.
Y él respondió:
Vuestros corazones saben, en silencio, los secretos de los días y las noches.
Pero vuestros oídos padecen por el sonido del conocimiento de vuestro corazón.
Querríais saber, en palabras, lo que siempre supísteis en pensamiento;
Querríais tocar con vuestras manos el cuerpo desnudo de vuestros sueños.
Y es bueno que lo hicierais.
El manantial escondido de vuestra alma necesita brotar y correr murmurando hacia el mar;
Y el tesoro de vuestros infinitos arcanos sería revelado a vuestros ojos.
Pero no pongáis balanzas para pesar vuestro tesoro desconocido.
Y no- registréis los arcanos de vuestro conocimiento con palos ni sondas.
Porque el yo es un mar inconmensurable.
No digáis: "He hallado la verdad" sino más bien. "He hallado una verdad".
No digáis: "He encontrado el alma caminando en mi senda."
Porque el alma camina sobre todas las sendas.
El alma no camina en línea recta, ni crece como un bambú.
El alma se despliega como un loto de innumerables pétalos.
El Enseñar
Dijo, entonces, un maestro: Háblanos del Enseñar.
Y él réspondió;
Nadie puede revelarnos más de lo que reposa ya dormido a medias en el alba de nuestro conocimiento.
El maestro que camina a la sombra del templo, en medio de sus discípulos, no les da de su sabiduría,
sino, más bien, de su fe-y de su afecto.
Si él es sabio de verdad, no os pedirá que entréis en la casa de su, sabiduría, sino que os guiará, más bien,
hasta el umbral de vuestro propio espíritu.
El astrónomo puede hablaros de su comprensión del espacio, pero no puede daros ese conocimiento.
El músico puede cantaros el ritmo que existe en todo ámbito, pero no puede daros el oído que detiene el
ritmo ni la voz que le hace eco. Y el que es versado en la ciencia de los números puede hablaros de las
regiones del peso y la medida, pero no puede conduciros a ellas. Porque la visión de un hombre no, presta
sus alas a- otro hombre.
Y, así como cada uno de vosotros se halla solo ante el conocimiento de Dios, así debe cada uno de
vosotros estar solo en su comprensión de Dios y en su conocimiento de la tierra.

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