domingo, 15 de septiembre de 2013

EL ARTE DE ESTAR PRESENTE

La conciencia plena es la puerta a una vivencia libre y espontánea del mundo. Mediante la respiración y la meditación podemos detener el flujo de pensamientos y devolver su importancia, al instinto y a la alegría de existir.

La presencia es la conciencia inmediata de los fenómenos que nos rodean, una conciencia que es a la vez física, emocional y mental. Una lucidez instantánea de lo que siente nuestro cuerpo ante los demás, ante las circunstancias; la percepción clara de nuestro flujo emocional y del flujo del pensamiento.

Hay personas que tienen acceso a esta capacidad natural, bien por estar predispuestas a ella, bien porque ejercen una actividad en que la presencia es una cuestión de supervivencia: un carpintero tendrá que aprenden a estar presente rápidamente si quiere conservar sus dedos. Otros perciben lo que es la presencia a través del aprendizaje de un deporte, de un arte marcial o de practicas espirituales, actividades que ponen de relieve la importancia de la presencia. La meditación nos lleva de forma natural a una mayor proximidad con nosotros mismos y nuestros sentimientos. Nos desintoxica progresivamente del discurso interior que nubla nuestra conciencia inmediata del mundo porque comenta sin cesar lo que percibimos. De hecho, el principal, obstáculo para la presencia es este modo de pensar que no deja de saltar de rama en rama sin un segundo de descanso. Es algo que en las tradiciones orientales a veces se compara a un mono.

Los efectos de la meditación se reconocen ahora en los ámbitos médicos y universitarios, e incluso en el mundo del trabajo, donde los talleres de meditación vienen a reemplazar a la cantina. Asimismo, las neurociencias han demostrado que el centro puede ser invadido por la meditación. He participado en dos de estas experiencias, con el cráneo cubierto de electrodos, y he visto cómo las imágenes coloreadas de un cerebro que piensa son invadidas, lentamente, por un solo color. También he visto cómo al salir del silencio se reanudaba la agitación de las zonas coloreadas en la pantalla que tenía situada delante de mí.

¿Qué es la meditación sino pura presencia? Para alcanzar esta presencia, al principio es indispensable tomar consciencia de la agitación mental escuchando el discurso interior, ese comentario incesante de hasta los hechos y gestos más pequeños. Si pudiéramos registrar todos los comentarios que se suceden en la cabeza durante una jornada, nos daríamos cuenta de su necedad y su carácter repetitivo. A través del discurso interior, podemos reparar fácilmente en nuestros miedos, huidas, obsesiones o condicionamientos y ver cómo nos intrumentalizan y suscitan nuestra acción.

La sola conciencia del discurso interior es suficiente para hacer emerger el silencio. Y el silencio, a su vez, permite que el cuerpo se convierta en ese instrumento tan preciso, tan precioso, que nos guía y nos da las claves inmediatas de la acción. Nos damos cuenta de hasta qué punto el cuerpo tiene la facultad de reaccionar inmediatamente a todas las situaciones, ya sea mediante la apertura, ya sea mediante el cierre. Nos comunica claramente el camino a seguir, pero la mayoría de veces no lo escuchamos. Elegimos en cambio esperar a que la mente nos guíe y diga qué dirección tomar. Y generalmente, tras el fracaso, nos decimos: "¡Lo sabía!". Casi nunca nos preguntamos de dónde nos viene esa impresión. Nos viene del cuerpo. Ser conscientes de esto es un paso hacia el reconocimiento de la capacidad de nuestro propio cuerpo para servirnos de guía.

Subsisten muchas ideas erróneas sobre la meditación. La gran moda, hoy parece ser la meditación laica por oposición a algo religioso, controlado. Es absurdo, la meditación no puede ser ni laica ni religiosa, es conocimiento de uno mismo a través del silencio interior. Es la alegría de apreciar y reconocer nuestra esencia, que se halla absolutamente libre de la oposición entre esto y aquello.

Una comprensión profunda de la meditación nos mostrará que esta es idéntica a la presencia y que no existe ninguna antinomía entre la meditación y la acción. Para llegar a ella no es necesario pertenecer a una corriente espiritual, a una escuela. Basta con sentarse, respirar apaciblemente, dejar que el cuerpo se tranquilice. No se trata de alcanzar estados modificados de conciencia. La conciencia se basta de si misma. Ella envuelve el mundo y sus dinámicas. 

La atención descubrirá por sí misma que puede interesarse por algo más vasto que las sensaciones, la memoria, los miedos, los deseos. El espíritu descubrirá maravillándose que no necesita soporte, que no necesita interesarse por un objeto para estar vivo y luminoso, para conocer la alegría que emerge del silencio.

Uno de los primeros signos de la presencia es la capacidad de maravillarse. Nada nos parece banal o conocido. La presencia nos hace descubrir a cada instante la insospechada belleza de las cosas más ordinarias. Nos hacemos conscientes de que las formas cambian constantemente, y nosotros asistimos a esa eclosión continua. Esta capacidad para maravillarnos nos libera del condicionamiento de la espera que tensa nuestro cuerpo y de la esperanza de que un suceso particular nos aporte la felicidad. Descubrimos que a nuestro alrededor ya existen suficientes elementos maravillosos para alegrar nuestro corazón.

La capacidad de maravillarse viene de la inocencia de una mirada nueva. Los místicos de todas las tradiciones hablan de ese estado que se acerca a la infancia, a su inocencia. La presencia nos conduce más allá del juicio, del saber, del aburrimiento de conocer ya el mundo. Nos encontramos ahí en una espontaneidad asombrosa, con el espíritu silencioso, abierto. Una práctica del chan, el zen chino, nos introduce en este estado de espíritu: "Intenta ver las cosas sin nombrarlas, sin describirlas, sin compararlas". Es algo extremadamente difícil, pero al menos nos puede revelar el hecho de que estamos siempre nombrando, describiendo, comparando.

En mi primer viaje a la India tuve la suerte de conocer a los maestros tibetanos más importantes y me impresionó la primera cualidad que observé en ellos: su espontaneidad maravillada ante la vida, su asombro, su curiosidad. 

La presencia introduce a la escucha. Como los niños, comprendemos que la realidad nos pide una atención total para revelarnos sus secretos. Frente a la indiferencia, la realidad permanece muda. La presencia hace hablar al mundo y a los seres, que se dejan llevar porque al fin se sienten escuchados.

La mayoría de los seres humanos no piden nada más que la presencia. Están hartos de ser invisibles, hartos de "hablar con nadie". Hartos de la mirada que huye del espíritu que solo se interesa en sus propias fijaciones. La presencia cambia totalmente nuestras relaciones con los demás. Nos abre el corazón y el espíritu. Nos lleva a sentir la ausencia de diferencia en la esencia de todos los seres. A partir de ahí, todo ser merece nuestro respeto, y al respetar, comprendemos.

Tanto en el chan como en el shivaísmo de Cachemira, la espontaneidad es muy importante, pues se considera que, una vez establecido el silencio mental, nuestro espíritu no censura ni limita nuestra experiencia y nos permite actuar cortocircuitando los miedos, las aprensiones, las dudas. ¿Qué ocurre antes de llegar a ese estado? Empezamos a valorar los pros y los contras en relación con nuestro pasado. ¿Aquella situación nos fue favorable? ¿Sentimos miedo o inquietud? ¿Cómo reaccionarán los demás? En general, somos incapaces de actuar inmediatamente. Necesitamos un plazo de reflexión. La acción va por detrás del pensamiento. Cuando se recibe la autorización para actuar, a menudo es demasiado tarde, la acción ya no está en sincronía y fracasa en parte o totalmente. A este fracaso le sigue otro episodio de pensamiento en el que intentamos explicar nuestro fracaso o excusarlo. Es como si la acción estuviera rodeada por dos túneles de pensamiento.

A medida que la presencia se desarrolla, experimentamos momentos cada vez más espontáneos y constatamos con sorpresa que el instinto nos lleva a menudo a cumplir una acción que la mente nos aprueba. Emerge un sentimiento de libertad. La presencia es similar a un virus; una vez experimentada, se extiende naturalmente. Es todo nuestro ser el que nos pide estar ahí, abierto y sensible, dispuesto a dejarnos invadir por la corriente  de la vida, sin resistencia y sin miedo.

Todos los enfoques orientales de las artes marciales, así como de las vías espirituales, coinciden en situar la fuente de la presencia en la respiración. No tienen una misma concepción de ella, pero todos parten de ese punto esencial.

Sin una respiración armoniosa y apaciguada no hay ninguna posibilidad de lograr la presencia. El aprendizaje comienza, pues, por realizar una respiración consciente y fluida que va a calmar el sistema nervioso, apaciguar la mente y fluidificar el cuerpo.

Para lograr este apaciguamiento, nada mejor que imitar a los mamíferos y a los bebés, que respiran relajando los músculos interiores del vientre en la inspiración y dejando que vuelvan a su lugar en la expiración, sin esfuerzo ni tensión. El centro de la respiración se sitúa siempre entre el ombligo y el hueso púbico, en un punto más o menos bajo según las escuelas. La respiración abdominal vuelve a dar amplitud a los movimientos del diafragma, algo que es esencial en la gestión de las emociones. Un movimiento armonioso del diafragma tiene también un efecto físico importante, puesto que vivifica los órganos y produce una impresión de estabilidad. De la misma forma, ese movimiento transmitirá al cuerpo una impresión de estabilidad. De la misma forma, ese movimiento transmitirá al cuerpo una impresión de plenitud y de unidad mezclando las energías sexuales y mentales. Ya no hay localización, ya no hay separación.

Finalmente, para contribuir a esta distensión general, es importante relajar a menudo la lengua, lo que tendrá una incidencia en toda la cabeza, en los ojos y en el cerebro. El relajamiento de la lengua afecta igualmente a la glándula pineal, que produce una sustancia similar a un lucidógeno suave y que abre la piel. Si pasamos regularmente por estos tres puntos, crearemos poco a poco una respiración circular que atravesará el cuerpo de arriba abajo y aumentará nuestro contacto con la tierra y el espacio. El cuerpo será como un punto de unión entre el cielo y el suelo.

Este trabajo de respiración hará tornar al cuerpo conciencia de su dimensión espacial, de las variaciones incesantes a las que está sometido por las emociones. Este cuerpo fluctuante pondrá en cuestión progresivamente la idea de que somos una masa fija y aislada en el espacio, nos hará sentir la unidad con el mundo en vez de nuestra separación.

La presencia puede practicarse también de forma simple mediante pequeños ejercicios cotidianos.

Daniel Odier
Maestro de la vía tántrica cachemir
de la escuela Spanda y maestro de
chan del linaje Xu Yun

No hay comentarios:

Publicar un comentario