domingo, 19 de enero de 2014

EL ÁRBOL QUE TÚ OLVIDASTE

Recuperar la memoria ancestral de los bosques.

Déjate adoptar por un árbol viejo y poco frecuentado, comparte su silencio y quietud visitándolo de vez en cuando. Es un camino donde te llevará al corazón del bosque, el lugar donde nos hemos hecho humanos y donde siempre hemos hallado las respuestas necesarias para afrontar los retos personales o colectivos.

Cuenta la leyenda tehuelche que, en tiempos remotos, cada vez que se acercaba el invierno todos los habitantes de la Patagonia y la Tierra de Fuego - seres humanos, aves y cuadrúpedos - emigraban hacia el norte huyendo del hambre y el frío. Pero en una ocasión, cuando la tribu se encontraba ya en camino, Koonex, la curandera, se sentó, incapaz de dar un paso más. Era demasiado vieja para un viaje tan largo. Las mujeres juntaron leña y comida e improvisaron una choza con ramas y un toldo de pieles para que pudiera resistir hasta que viniera la muerte a llevársela. Entonando un antiguo canto de despedida, la anciana vio luego a su gente perderse en el horizonte. Todo quedó sumido en el silencio. Pasaron muchas lunas, la nieve y el hielo empezaron a derretirse, despuntaban las yemas de los árboles y un día llegaron al fin los primeros pájaros. Una bandada de chingolitos vino a posarse sobre las pieles de la choza, y en ese momento se escuchó la voz de la vieja que los reprendía por haberla abandonado tanto tiempo. Pero los pájaros contestaron que no habían podido quedarse por falta de alimento y abrigo. "A partir de ahora - repuso Koonex - podréis quedaros en invierno y encontraréis siempre comida y refugio". De pronto, un golpe de viento levantó el toldo y, en lugar de la curandera apareció un arbusto hasta entonces desconocido. Una frondosa mata de calafate de flores perfumadas y deliciosos frutos. Los pájaros comieron y los tehuelches esparcieron las semillas por toda la región. Desde aquel día, todos encontraron alimento incluso en el crudo invierno y no necesitaron emigrar nunca más.

Otras muchas leyendas cuentan cómo la humanidad entera fue creada a partir de los árboles. Nuestro vínculo es tan profundo que existe un pacto, más antiguo aún que el propio ser humano, por el que los animales comemos los frutos de los árboles a cambio de diseminar las semillas que contienen.  Pero más allá de este "mutualismo", hay una afinidad de lazos que nos relacionan íntima y evolutivamente con el bosque. Si lo pensamos detenidamente, los primates estamos conformados en gran medida por los árboles, junto a los que hemos coevolucionado, hasta el punto de obtener ese pulgar opuesto que nos permitía agarrarnos a las ramas. Un hecho determinante para el desarrollo de la capacidad de manipular y de cierta inteligencia. Incluso se explica como un recuerdo inconsciente de nuestras "vidas anteriores", en las copas de los árboles, el respingo que a veces damos en sueños cuando tenemos la sensación de caer. Serían largos de enumerar, por otro lado, los efectos benéficos del árbol para la supervivencia y el bienestar de los seres humanos: producen oxígeno y retienen carbono, regulan los ciclos del agua, atemperan el clima y apaciguan los vientos, albergan y nutren una gran parte de la biodiversidad de este planeta ...

Con la madera de los bosques nos hemos calentado y alumbrado durante milenios. Nuestra civilización se ha edificado en gran medida con la materia prima del bosque, e incluso la tierra fértil de nuestros campos y huertos es el bosque antiguo, cuyo humus continúa dándonos de comer. la simbiosis entre el bosque y la cultura y psicología humanas en mucho más honda de lo que pensamos. Aunque ya apenas lo recordemos, venimos de una verdadera dendrocracia, un sistema político en el que los árboles plantados en el mismo centro de los poblados presidían la sociedad y el territorio y eran testigos de las reuniones de vecinos, los pactos, las fiestas y todo tipo de encuentros.

Los árboles que hasta ayer mismo reunían a la tribu, al pueblo o la parroquia para ejercer su arcaica función tutelar, eran los viejos árboles de la palabra de África, los robles vascos, los olmos castellanos, los tejos del Atlántico europeo. .. Aún sobreviven muchos de estos venerables, y si preguntamos, los abuelos nos contarán con nostalgia una misma historia en versiones distintas: su vida transcurrió alrededor del viejo tronco que fue el añorado escenario de sus juegos de niños y más tarde el lugar donde se enamoraron... y bajo la misma sombra de hojas siempre nuevas han ido pasando las horas lentas de la vejez. El sentimiento de identificación fue tan hondo que el árbol central permanece como emblema del pueblo, la región o el país, en medio del escudo o de la bandera, pero sobre todo de la memoria de los paisanos que lo han vivido como una gigantesca y casa eterna presencia en el centro mismo del mundo. Esta querencia se ha interpretado también como un recuerdo inconsciente de nuestro pasado primate, cuando el árbol nos ofrecía la seguridad de una vía de escape frente al acecho de los depredadores.

Acabamos de bajar del árbol y ya nos hemos distanciado años luz de su raíz, pero el bosque continúa siendo la respuesta a gran parte de los retos y necesidades del ser humano, tanto individuales como sociales y ecológicos. Ni siquiera la adaptación a la vida en las ciudades puede borrar de un plumazo millones de años de coexistencia e intensa relación. Aunque cada vez nos sintamos más y más alejados, continuamos dependiendo de mil formas distintas de las conexiones vitales que nos unen al resto de los seres vivos de un modo aún más íntimo y vital a los árboles. La recuperación de este lazo puede ser crucial, no solo para la salud del planeta sino para la propia humanidad, que necesita reencontrar los caminos de regreso a la Tierra.

Hoy, como siempre, el árbol nos convoca y ofrece frutos de tantas dimensiones como seamos capaces de percibir. Buscamos con desesperación la calma perdida, el alivio del estrés y la salud psíquica y física y recurrimos a medicinas y técnicas costosas y sofisticadas.... Y muchas veces, el reposo, el aire limpio y la simplicidad y naturalidad que habitan los bosques son suficientes para devolvernos la serenidad, la alegría y la confianza. Incluso el mero acto de evocar y visualizar un paseo por la floresta, pisando la hojarasca húmeda, nos trae la calma aunque estemos en medio de una ruidosa y agitada ciudad. Por eso, dice la Canción de un árbol, de Kipling, "lo mejor que puede hacer un joven es venir a tumbarse a la sombra del Roble, el Fresno y el Espino". Y continúa desgranando estos consejos: "No se te ocurra contarle al cura tus conflictos,. Verá pecado en todos ellos. Nosotros que anduvimos vagando por los bosques en la seductora noche de verano te traemos noticias de viva voz, buenas nuevas de reses y cosechas, ahora que viene el sol desde el sur, brillando sobre el Roble , el Fresno y el Espino".

Estudios hechos en todo el mundo ya han demostrado el efecto benéfico de los árboles junto a los hospitales y en los parques de las ciudades o de las plantas ornamentales en los edificios. Su presencia ayuda a la recuperación de los enfermos, favorece el equilibrio psíquico y social, facilita el aprendizaje y el crecimiento saludable de los niños y la concentración y la eficacia en el trabajo. Se ha denominado vitamina G (G de Green, nada que ver con la riboflavina, que también recibe este nombre) a este efecto que venimos a descubrir cuando acabamos de asfaltar y vaciar nuestro entorno de bosques y vegetación.

Realmente, en el bosque se encuentran muchas de las respuestas a los problemas y retos que tiene la humanidad, ecológicos, sociales e individuales. De ahí la importancia de tomar conciencia de sus funciones a todos los niveles y devolverle el protagonismo que siempre tuvo en nuestra cultura y tradición. Más que nunca, en esta estación de la repoblación es necesario plantar y regenerar los montes y las tierras vacías, restaurar las tramas vitales desde la misma raíz, levantar el asfalto y devolver el árbol a su lugar en mitad de la plaza. Pero, sobre todo, es necesario que recuperemos la memoria de ese bosque al que todos pertenecemos, de mil modos distintos y que durante millones de años nos ha ido modelando hasta hacernos humanos.

Dice la canción del poeta y cantautor argentino Atahualpa Yupangui: "El árbol que tú olvidaste siempre se acuerda en ti". Los caminos de vuelta son infinitos, hoy te proponemos uno muy simple y placentero: Vuelve a casa. Déjate adoptar por un árbol viejo y poco frecuentado, comparte su silencio y quietud visitándolo de cuando en cuando, sin esperar nada a cambio. Descubrirás en seguida que todos los árboles son en realidad el Árbol de la Vida, y a su amparo nos sentimos acogidos y abrazados por un cielo de reamas y hojas que se agitan al viento y un lecho mullido de humus y raíces palpitantes. A partir de ahí, todos los senderos te llevarán al corazón del bosque.

Ignacio Abella
Naturalista y escritor

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