lunes, 26 de septiembre de 2011

UN MÉTODO PARA LOGRAR EL EQUILIBRIO DEL SER


Gracias a la popularidad que ha obtenido la filosofía oriental durante las últimas décadas, todos estamos familiarizados con el símbolo del Yin y Yang. Conformado por dos espirales de tamaños idénticos, uno blanco y otro negro, este simple pero valioso signo ha sido utilizado desde épocas ancestrales para representar y explicar la composición del universo.
Todos los fenómenos que suceden en el mundo y en el interior del ser humano son el resultado de la relación entre dos pares de opuestos: el Yin es todo lo contrario al Yang. La energía Yang es luz, es masculinidad, es el tiempo, es el día, es la expansión, la actividad. La energía Yin es oscuridad, es feminidad, es el espacio, es la noche, es la contracción, es la pasividad. Y la vida no es más que el resultado de la relación entre estas dos fuerzas.
Un polo no existe sin el otro. Por ejemplo, el día no sería posible si la noche no llegara a su fin. Cada par de opuestos necesita del otro para funcionar: debemos dormir, descansar y relajarnos si queremos estar activos, ser diligentes y sentirnos vitales.
Y muy al contrario de lo que generalmente se piensa, la concepción del mundo como pares de opuestos no es una creación exclusiva del mundo oriental. Uno de los filósofos más importantes de la historia de Occidente fue el alemán G. W. Hegel (1770-1831), y la teoría por la que es más conocido, llamada "proceso dialéctico", tiene mucho que ver con el Yin y el Yang. Este importante pensador hablaba de la existencia de tesis, ideas que todos consideran verdad. Cada tesis, sin embargo, origina una antítesis, es decir, una idea totalmente opuesta. Y de la lucha entre estas dos ideas surge una síntesis, una nueva idea, que conjuga elementos de las dos anteriores, y permite así el avance del conocimiento.
¿Qué quiere decir todo esto? Pues que existe un par de opuestos (tesis-antítesis) y que la verdad no está en ninguno de ellos, sino en su unión (síntesis). Nuestra mente funciona de esta misma manera. El cerebro humano se divide en dos hemisferios, el derecho y el izquierdo, cada uno con ciertas funciones específicas:
• El hemisferio izquierdo es el que se ocupa de la lógica, del procesamiento de la información que se obtiene por medio de los sentidos (el tacto, la vista, el olfato, el oído y el gusto) y del pensamiento matemático. También controla nuestra capacidad de hablar y es quien se ocupa de tomar decisiones. Además, controla la memoria a largo plazo.
• El hemisferio derecho es el que se ocupa de las sensaciones, los sentimientos, las fantasías, los deseos y las emociones. Aquí es donde se origina la intuición, y es el hemisferio que controla y permite la creatividad y la originalidad. Las habilidades artísticas son posibles gracias a esta parte del cerebro, que también controla la memoria "profunda" o (los recuerdos inconscientes, que no podemos poner en palabras pero que de todos modos condicionan nuestra forma de ser y pensar).
Ahora bien, en la vida diaria estos dos hemisferios no trabajan aislados, sino que se complementan: para tomar una decisión importante, pensamos en forma racional los pros y los contras (una función del hemisferio izquierdo), pero también tomamos en cuenta nuestras emociones y nuestra intuición (que se originan en el hemisferio derecho).
Cada uno de ellos es totalmente opuesto al otro, y se encarga de tareas completamente diferentes. Pero para poder pensar, sentir y decidir, el ser humano necesita que los dos hemisferios trabajen en forma conjunta. Nuestro cerebro sólo funciona cuando los dos se sintetizan. La meditación busca lo mismo: superar las polaridades y encontrar la esencia de las cosas, que reside entre los dos extremos.
Pero antes de ver cómo la meditación nos puede ayudar a superar el juego de opuestos y crear un balance entre dos grupos de funciones aparentemente contradictorias, es importante conocer a fondo los dos aspectos de la mente: la intuición y la razón.

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